martes, 15 de enero de 2013

ATAQUE AL HIGADO

¿Quién no ha tenido en varias oportunidades un “ataque al hígado”?
Pero cuando en la consulta uno pregunta detalles, resulta que tan solo algunos han tenido algo relacionado al complejo hepatobiliar: un cólico biliar.

Uno, anoche, ha comido huevos fritos, y esta mañana se ha levantado con “molesto dolor en el hígado”, náuseas, vómitos y dolor de cabeza. Los que le rodean diagnostican, con la mayor de las certezas, “esto es un ataque de hígado”. Pero están todos errados.

Veamos las causas del error, y perdonémoslos, lo hacen sin maldad.
Hablemos un poco de fisiología hépatobiliar elemental.
La bilis es un líquido digestivo maravilloso, y el colesterol es su componente fundamental. Todo lo que los intestinos delgados absorben (eso es “la digestión”), ha de ser soluble en agua. Las grasas no podrían ser digeridas si no existiera la bilis. Ella, que contiene jabones, hace a las grasas de la ingesta solubles en agua (igual que los jabones que usamos para el aseo). Esa solubilidad hace que sean digeribles.

El huevo, para seguir con el ejemplo conque iniciamos este discurso, es muy “COLAGOGO”, lo que quiere decir que exige que la vesícula le provea de mucha bilis, para que pueda ser asimilado al máximo.
Pero aquí entra la cultura. Es absolutamente usual que quien come huevos fritos lo haga acompañado de mucho pan.
Y cuando uno come grasas y almidones, está exigiendo al máximo su capacidad digestiva (podría uno decir, sin pretender exagerar en las especulaciones, que “está abusando de ella”).
El comer muchas grasas (el huevo frito tiene muchas), hace que la vesícula provea de mucha bilis, que junto con mucho almidón hacen un desastre. Porque el almidón nunca se digiere en su totalidad, por lo que el sobrante llega al intestino grueso para luego ser eliminado. Pero ocurre que el intestino grueso está plagado de bacterias (no se asuste, son amigas, y hasta nos proveen de la fundamental vitamina K, entre otras cosas), plagado de bacterias, decía, para las que el almidón es el más sabroso de los postres. Entonces se lo “comen”, y a eso le llamamos fermentación; y esa fermentación (como todas las fermentaciones) produce gases. Y también ocurre que al colon llega la bilis sobrante, y, recordemos, la bilis tiene jabones. Y usted sabe qué ocurre cuando juntamos jabón diluido en agua y gases. Si señor: se produce espuma; y una espuma formada por burbujas muy pequeñas (parecida a la espuma de la cerveza), que, literalmente “infla” al intestino grueso, por lo que se produce el primer “síntoma de la mañana siguiente”: LA DISTENSIÓN ABDOMINAL.
El colon esta dividido en cuatro tramos: “el ascendente” (es la primera porción, comienza un poco por encima de la ingle derecha y sube hasta la altura del hígado). Allí se dobla en un ángulo muy agudo (que en homenaje a su famoso vecino, se denomina “ángulo hepático”), y comienza el segundo tramo “el colon transverso”. Ésta es una porción más corta, y se dirige más o menos horizontalmente hacia la izquierda. Allí, a la altura del bazo, se forma otro ángulo, que esta vez, por la proximidad de ese órgano, se llama “ángulo esplénico” y que casi nunca es tan agudo como el hepático. Allí se inicia el penúltimo tramo, “el descendente”, que termina en el cuarto, el “sigmoide”, llamado así porque su trayecto es muy parecido a la S griega llamada sigma.
Todo el colon está rodeado de ganglios nerviosos que coordinan perfectamente sus movimientos, a los que se denominan “movimientos peristálticos”, que tienen como función el transporte de su contenido desde el inicio del primer tramo hasta el final del cuarto, para que luego pueda ser evacuado.



Pero cuando el colon está lleno de una espuma muy apretada (como de la que hablábamos más arriba), el asunto se complica bastante, porque la espuma es plástica, entonces avanza cuando una porción del intestino la empuja hacia el final, pero retrocede cuando esa porción se relaja, y todo el trabajo vuelve a empezar. Y esa lucha constante produce dolor, dolor que se hará más manifiesto en donde más espuma se acumule: en el ángulo hepático (la espuma es más liviana que el agua, por eso se junta en ese ángulo, que es la parte más elevada del colon) Y aquí tenemos el segundo “síntoma de la mañana siguiente” EL DOLOR A LA ALTURA DEL HÍGADO, que todo el mundo, graciosamente, lo atribuye a esa noble víscera (pobre hígado).

Mucha gente padece de recurrentes dolores de cabeza (cefaleas), que suelen cursar, aparte con intolerancia a la luz y a los ruidos, con náuseas y vómitos (y que en medicina se denomina “jaqueca”), que en la inmensa mayoría de los que la padecen se debe a una intolerancia a los fermentos del almidón. Entonces aquí quedan presentados el tercer y cuarto “síntomas de la mañana siguiente”: LA CEFALEA, y LAS NAUSEAS Y VÓMITOS.

Con todo esto tenemos perfectamente instalado “un ataque de hígado”, y espero haberlo convencido de que el pobre hígado NO HA TENIDO NADA QUE VER EN ESTE ASUNTO.

Entonces entra en juego el “remedio para los ataques de hígado”: gotas o comprimidos compuestos con antiespasmódicos (generalmente “hioscina”, o “propinox”…) y analgésicos (casi siempre “dipirona”, “clonixinato de lisina”, o “paracetamol”…).
Y uno toma un compuesto de estos, y al poco tiempo los síntomas desaparecen.
El razonamiento que pueda inferirse parece lógico: -Yo tenía esos síntomas, tomé un “remedio para el hígado”, y los síntomas desaparecieron. Luego yo tenía un ataque de hígado por haber comido huevos fritos anoche.
Y todo vuelve a estar mal, equivocado.

Los antiespasmódicos disminuyen (y hasta pueden llegar a paralizar) el movimiento de los músculos lisos que forman la parte fundamental de todos los tubos digestivos, por lo que el intestino deja de luchar, y, obviamente, de doler; y el estómago de hacer sentir náuseas o de provocar el vómito.
Los analgésicos calman el dolor de cabeza, y el pequeño dolor que pueda quedar en el ángulo hepático del colon.
Pero ocurre que el hígado no tiene músculos lisos, porque el hígado ES UNA GLÁNDULA MACIZA.

PARADOJA: la mayoría de las veces en que el hígado se enferma realmente, los pacientes que consultan casi nunca sospechan que el enfermo es el hígado.

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